Así lo dice
el refrán: "haz el bien sin mirar a quién". Esta mañana fui al colmado
a comprar los ingredientes que necesitaba para un budín de guayaba que quería
hornear.
Cuando cogí
tres libras de pan, un señor, muy amablemente, me dijo: "ese es un buen
desayuno".
A lo que,
sencillamente, contesté: "voy a hacer budín" y compartí una gran
sonrisa.
El señor
quedó fascinado y comenzó a contarme que su mamá hacía budín cuando él era
jovencito y que él y su hermano se peleaban por los pedazos.
"Mi
mamá lo hacía con pan viejo," me dijo. Pero, de la emoción, siguió
hablando y no me permitió explicarle que el postre originalmente se hacía con
pan viejo, pero que en mi casa, el pan nunca dura lo suficiente como para
ponerse viejo, por lo tanto, hago el budín con pan fresco.
Cuando me
despedí, él todavía estaba emocionado con la idea del budín. Me fui y seguí
pensando en las historias que las recetas traen a la mente. Curiosamente, mi
receta no la heredé de mi mamá. De hecho, no recuerdo que ella hiciera un budín
jamás, aunque era tremenda cocinera, pero se le conocía por sus asopaos,
bacalaítos y flanes.
Yo aprendí a
hacer el budín por mi propia curiosidad, porque me gustaba el sabor de la masa,
pero no el de las pasas. Por lo tanto, comencé a inventar hasta que diseñé una
receta de budín de coco y nueces. Con el tiempo, he creado recetas para budín
de canela, pistachos, almendras, calabaza, guayaba, arándanos y chocolate.
Esta mañana
le hice el día a ese señor. Y ese señor me hizo el día. No sé quién es ni si lo
volveré a ver, pero hoy nos cruzamos y, mutuamente, hicimos el bien sin mirar a
quién.
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