Recuerdo
que estaba en décimo grado y llevaba C en la clase de historia. Como eso era tan raro para mí —una estudiante de A— decidí hablar con el maestro para
auscultar opciones. Además, aunque Mami
solo me pedía que diera mi máximo y no necesariamente me exigía que sacara A,
yo sabía que a ella le preocuparía el asunto.
Hablé con
el maestro, pero como conocía mi trabajo, él no estaba preocupado y entendía
que yo subiría la nota en lo que quedaba del semestre. Me dijo, “La C no importa, lo que importa es
que estás aprendiendo”. Mi única
respuesta fue “Sí, pero el informe de notas que leerá mi mamá no dice ‘C, pero
aprendiendo’”. Pareciera que le hice
cosquillas. Se echó a reír y pasó a ser
un chiste: “C, but learning”, porque el estudié en un sistema en el que todo
era en inglés. Cuando Mami me recogió en
el colegio aquel día, le enseñé mis notas y le conté mis gestiones con el
maestro. A ella también le resultó
graciosísima mi reacción y entendió la postura del maestro. Fue entonces que me di cuenta de que la
preocupación era solo mía y que los que miraban desde afuera no veían problema
alguno.
El tiempo les
dio la razón, rápidamente subí la nota y terminé el semestre con las notas de
siempre. Aprendí que uno tiene
tropiezos, pero que son solo circunstancias pasajeras y que pronto todo regresa
a la normalidad. Ambos me enseñaron a
tener confianza en mí y a esforzarme al máximo de mi capacidad.
En la vida,
nos empeñamos por sacar A sin ver que a veces con una C uno aprende más. O queremos que ocurra algo de una manera
cuando lo que ocurre es mejor o es igual de bueno, pero distinto de lo que
esperábamos. Por lo tanto, también he
aprendido a ser flexible.
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