Recientemente,
fui a una aventura de safari en Yauco y lo menos que esperaba era encontrar
allí una lección pues fui en ánimo de pasar un día divertido con mis
amigas. Cuando llegamos, hicimos el
registro, firmamos los papeles y escuchamos la charla de seguridad. Ahí fue que nos percatamos que la aventura
era más atrevida de lo que pensamos. No
estoy segura de cómo ocurrió, pero terminé detrás del manubrio, sentada sobre
el motor y al lado de una palanca de cambios que no sabía operar. Tan... tan... tan… Todos los que me conocen
saben que conducir no es mi pasatiempo favorito y que mi licencia, en
ocasiones, he pensado que vino en una cajita de cereal. Pero allí estaba, sentada en aquel aparato y
esperando para arrancar.
El “paseo” por
la finca comenzó de lo más chévere. Vamos
bien, concéntrate y pon tu cara de valiente. Pasamos por tierra seca, unos troncos y
algunas piedras. Luego se puso más
interesante con lodo, precipicios (que si no eran hondos, sí lo parecían) y
comenzaron las curvas. Las primeras las
pasé despacio y sin problemas, pero llegamos a un camino enfangado en el que
por más que traté no pude pasar y encajé el carrito. Luego de cuatro intentos dando para atrás y
para adelante, el líder decidió auxiliarme, me bajé y él desencajó el vehículo. Uuuffff…
¡qué alivio! Pero lo mejor estaba por venir.
Por suerte,
a mi lado iba una de mis amigas, quien asumió el rol de copilota y cuando dudé,
su voz me guió: “Tú puedes, lo estás haciendo muy bien, dale…” En el asiento de
atrás, iba la otra amiga, a quien le delegamos la tarea de tomar fotos y
velábamos para asegurarnos de no haberla perdido en alguno de los brincos.
Hubo como
cinco retos en los que tuve que parar y pensar para luego ejecutar. Sin embargo, hubo uno en particular en el que
casi entré en pánico. Y hago la salvedad
de que la aventura era segura y súper divertida, pero yo estaba lejísimo de mi
zona de comodidad, por lo que mi cuerpo se congeló por algunos segundos. Ese “reto” fue bajar por un escalón de
piedras —que para
nosotras parecía una escalera entera y largaaaaaa— para caer a un río llanito que
debíamos cruzar. Estábamos en el tope de
la escalera, ya el líder había cruzado en su carrito y me hacía señas de que
lanzara el nuestro. Sentí pánico, se me
saltaron las lágrimas y no podía hacerlo.
Era como estar en el borde de un risco y que alguien te diga:
“¡Tírate!”. Todos los instintos de
supervivencia se activaron y no encontraba cómo soltar el freno…
literalmente. No sé cuantos segundos duró
esa escena, pero para mí fue una eternidad.
Mi copilota notó que yo estaba paralizada y decidió ayudarme a controlar
el manubrio desde su asiento. Me dijo:
“Calma, tú puedes, acelera que vamos bien…” Entre nervios y sudor, respiré, nos
encomendé a los ángeles y aceleré. Increíblemente,
no cerré los ojos y la bajada fue súper suave, pero mi corazón latía a mil. Continué acelerando para terminar de cruzar
el río y cuando vi que lo había logrado, solté una carcajada de alivio. Y nuevamente la voz de mi copilota: “El que
te diga que tú no puedes hacer algo, está loco… dile que venga aquí y haga
esto”.
En algún
momento, paramos en una charca del río y algunos se dieron un chapuzón; yo opté
por mirar desde afuera y me enfoqué en controlar mis piernas, que continuaban temblorosas. Ya me sentía más cómoda en la aventura, pero sabía
que faltaban “retos”. Curiosamente, en
uno de los ríos, me tocó guiar sobre peñones que resbalaban y el agua entró al
carrito. Para mi sorpresa, eso sí me lo
disfruté porque pensé: Esta fue la
aventura que vine a buscar y las medias mojadas serán evidencia de que lo
logramos.
Continuamos
el paseo y sentí una gran alegría cuando llegamos a la carretera que nos
regresaría al lugar de partida. Ahora
que lo pienso, en el camino nunca solté la tensión, pero con los aplausos y las
risas de mis amigas, supe celebrar los logros cada vez que me enfrentaba a una
curva, un lodazal, un río, un reguero de piedras o cualquier otra “aventura”… y
la superaba.
De hecho,
una de las grandes lecciones de esa aventura es saber que tengo amigas que
creen plenamente en mí. En aquel carrito
no hubo gritos ni preocupaciones (salvo los que se producían en mi mente), solo
hubo apoyo y confianza. ¡Y eso vale oro! No fue hasta que regresamos y comenzamos a
celebrar que habíamos “sobrevivido”, que compartimos los cuentos desde otra
perspectiva: las ramas que nos dieron en la cara, los mimes que tragamos, los
rezos de mi amiga la fotógrafa y demás vivencias que en el camino omitimos para
no asustarnos una a las otras.
También aprendí:
- Que el trabajo en equipo aplica en todas las situaciones: trabajo, aventuras y amistades, por ejemplo.
- Que soy capaz de mucho más de lo que, en ocasiones, creo.
- Que cuando me enfrento a los miedos, los supero.
- Que con amigas como ellas, puedo ir al fin del mundo… y regresar viva.
Para ser un
día “libre”, la verdad es que trabajé, aprendí y crecí como persona mucho más
de lo que me imaginaba. Por lo tanto, la
aventura en los carritos enfangados no solo fue diversión, fue una gran experiencia de descubrimiento
personal. Sin duda alguna, ¡recomiendo
el fangorrific adventure!
Nota: Esta entrada es más larga porque sin los detalles, se hubiera perdido el mensaje. Espero que la hayan disfrutado.
Vigimaris, ¡Súper!Gracias por compartir esto. ¡Es que me gocé cada palabra de tu experiencia! ¿Lo mas que me gusta? Lo que compartes de las lecciones que te llevaste... por que me pones a conectar cuestionando los lugares donde puedo dar aún mas. ¡Oh!... Y ese último párrafo sobre el día "libre" me hizo realizar lo siguiente: la mente se actualiza con el alma cuando no hay "tensión" de trabajo. Así que es cuestion de mantenerme alerta a que la vocación de mi alma siempre gobierne mi jornada laboral... de modo de que todos mis días ¡sean libres!... Donde mi unico trabajo sea ¡crecer! Jajaja.. So Cool! Fiiiiliiing!!!!! ¡Gracias! Muy Valioso! - Saritza
ResponderBorrarEs cierto, Saritza, cuando uno se disfruta el trabajo, no se siente como "trabajo". Gracias por tu comentario. Saludos, Vigimaris (19-sept-2012)
BorrarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarImagine cada escena de esa maravillosa experiencia. Constantemente nos enfrentamos a nuestros miedos y es nuestra decisión continuar el camino y no dejarse vencer. Gracias Vigimaris!!! Definitivamente quiero vivir la experiencia del Fangorrific travel ;)
ResponderBorrarGracias por tu comentario, Maribel. Me recordaste a la frase que dice que no es lo que sabes sino de quién te rodeas. Si no sabes de lo que eres capaz, rodéate de las personas que te inspiran a descubrirlo.
BorrarSaludos,
Vigimaris