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Cenar en el restaurante Le Grand Colbert fue
majestuoso. Es el restaurante que sale en la película Something's Gotta Give.
Verme en la escena de una película realmente me hizo darme cuenta de que estaba
en París. Esa ciudad tiene una magia que te hace vivir el momento. La
ciudad te brinda una gran paz mental y, seguramente, es por eso que atrae a
tanta gente y le permite a cada una sentirla de manera diferente.
En la distancia, me di cuenta de lo que dejé atrás
en mi hogar y lo agradecí. Allí pude dedicarles tiempo a mis intereses,
disfrutar de la ciudad, conocer gente nueva y nuevos lugares. Tuve tiempo y
espacio para escribir, particularmente en los Jardines de Luxemburgo. Dicen que
Hemingway una vez mató una paloma allí para evitar morirse de hambre. Eso me
impresionó.
La vida entera de Hemingway me intriga. En un
momento era tan pobre que casi se moría de hambre, luego se casó con una mujer
rica y vivió una vida de lujo. Se casó. Se divorció. Se volvió a casar. Se
volvió a divorciar. Y así se repitió la historia hasta que murió a los 62 años.
Un hombre joven. Y alcohólico. ¿Pero por qué, qué lo atormentaba? Se presionó
tanto para escribir que, cuando ya sentía que no podía escribir más, todo
terminó. Literalmente.
Por otro lado, comprendo su fascinación con la
ciudad porque París tiene unos vecindarios que invitan, cada uno con cafés y
atracciones pintorescas. Me llamó la atención que, en los cafés, las sillas
—contrario a estar colocadas frente una de la otra para inspirar conversación—
están posicionadas mirando hacia la calle como si estuvieran diciendo
"mírame". Eso me parece interesante, aunque admito, que me chocó.
Quizás sea para disfrutar el sol, pero no me consta.
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