Mi papá
tenía una habilidad única de crear recuerdos en mi memoria. En la tarde de un 15 de abril, cuando yo tenía
alrededor de siete años, él decidió que iríamos a ver el tapón de las planillas
en el correo general. Solo con el
propósito de brindarme esa experiencia, pues ya él había rendido su planilla,
nos montamos él y yo en el carro rumbo a Hato Rey. Desde que tomamos la salida de la Ave.
Roosevelt, se veía la fila de carros que llegaba hasta el correo. Tuvimos que haber estado allí, por lo menos,
una hora. Cuando nos acercamos, vimos
que afuera del correo estaban los buzones en los que la gente depositaba su
planilla como si fuera el servi-carro de cualquier establecimiento de comida
rápida. Mientras, él iba explicándome la
importancia de llenar a tiempo la planilla de contribución sobre ingresos y la
responsabilidad ciudadana de cumplir con esa obligación.
Yo recuerdo
pasearme por los asientos del carro para ver la escena desde diferentes ángulos
y la impresión de la congestión vehicular en los carriles de aquella
avenida. Para mí, fue realmente una
excursión, pero como toda experiencia con Papi, ahora veo la lección.
De adulta,
jamás he pasado por allí un 15 de abril ni me quiero imaginar las filas para
cumplir con la fecha límite de la planilla.
Supongo que Papi estaría orgulloso si viera que, como él, cumplo con mi
responsabilidad sin tener que pasar por ese suplicio.
Y, a la
vez, me pregunto si hay otros padres que den las lecciones de una manera tan
creativa, duradera en la mente de los niños y sin cantaletear. Siempre supe que mi papá era el mejor, pero
tal vez en su ausencia, lo valoro cada día un poco más.
Recuerdo que de niña en la playa El combate, Cabo Rojo, había matas de algodón en la orilla de la carretera que va hacia el sector Los corozos. Papi se detuvo y nos pidió que arrancáramos el algodón. Al ratito de estar haciendo el ejercicio nos quejamos porque nos hincábamos con las espinas. Papa sonrió y nos comentó: " imagínense lo que pasaban los esclavos todo el día sacando algodón, y sin poder quejarse o parar". Sin más seguimos nuestro camino. La lección aprendida no la podría resumir en una oración porque aún repercute en mi vida, ya adulta.
ResponderBorrarSonita, gracias por compartir ese recuerdo. Es increíble cómo un instante tiene tan bonitos recuerdos y tan grandes lecciones.
BorrarSaludos,
Vigimaris