1
Este es el
primer artículo en una serie de 12.
París tiene una
manera extraña de hacerte sentir anónimo y acogido a la misma vez. Ese fue el
pensamiento que me guió durante mi viaje a París. No planifiqué repetirme ese
pensamiento, pero surgió espontáneamente una y otra vez mientras caminaba las
calles de la ciudad. Me di cuenta de que cada persona tiene una experiencia
diferente de París.
Todos saben que no me
gusta viajar en avión, por lo tanto, la idea de montarme en dos aviones para
llegar hasta allá fue un reto de por sí. Mientras hacía mis maletas, en más de
una ocasión me dije: "más vale que valga la pena".
Mi experiencia con
París comenzó con un “casi” ataque de pánico antes de abordar el avión en San
Juan. Recuerdo haber mirado a mi alrededor y ver que todo el mundo estaba tan
tranquilo que no me atreví a decirle a nadie cómo me sentía. Sencillamente,
respiré profundamente y me monté al avión. Para mi sorpresa, aunque el vuelo hacia
Newark tuvo mucha turbulencia, yo estaba bien.
Ahora, en Newark fue
otra la historia. La aventura comenzó cuando una amiga descubrió que se le
perdió el pasaporte y tuvimos que caminar toda la terminal para encontrarlo.
Toda esta acción no me dio oportunidad de pensar en el vuelo de ocho horas que
me esperaba.
A mitad del vuelo
hacia Charles de Gaulle, vi una luz en el horizonte. Era el sol que salía en el
otro lado del mundo. Es una vista impresionante. La segunda vista más hermosa
que he visto desde un avión. Mi favorita todavía es la que vi al cruzar Los
Andes copados de nieve en un vuelo que tomé de Santiago de Chile hacia Buenos
Aires, Argentina.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario