domingo, 25 de enero de 2015

Shakespeare and Company


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Este es el cuarto artículo en una serie de 12.

Quizás el mejor ejemplo que vi en París de que esa es una ciudad que se destaca por fomentar las artes fue la librería Shakespeare and Company.

Allí aprendí sobre el concepto del “tumbleweed hotel”, un lugar donde la gente se puede quedar sin tener que pagar. Para quedarse allí, es necesario que cumplan con unos requisitos:

    1. dedicarse algún tipo de arte,
    2. trabajar dos horas al día en la librería,
    3. leer un libro al día y
    4. escribir una autobiografía de una página.



Cuenta la historia que cuando la ciudad supo que la librería estaba permitiendo que “desconocidos” pernoctaran allí, se preocupó por la seguridad de la ciudad al no saber quiénes eran esos visitantes, por lo tanto, cuestionaron al dueño de la librería sobre el origen de estas personas. Para conocerlas, el dueño decidió que cada uno escribiera una autobiografía de una página.

Esta tradición continúa hoy y ahora la librería tiene una colección de más de 20,000 autobiografías que todavía se guardan en la oficina. La ubicación de la librería es estratégica dentro de la ciudad: justo al frente de la Catedral de Notre Dame en la ribera del río.


Algo que me llamó la atención fue el pozo que hay en el piso de la librería, allí los clientes pueden depositar monedas, que luego se utilizan para alimentar a los escritores y artistas que se quedan en la librería.

domingo, 18 de enero de 2015

Museos y más museos

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Este es el tercer artículo en una serie de 12.

Van Gogh fue un hombre con serios disturbios mentales, pero muy talentoso. Visitamos el Museo D’Orsay y vimos una exhibición especial de su trabajo. Allí aprendí que antes de ser pintor había sido predicador. Su trabajo refleja sus visiones (distorsionadas) de sí mismo.

Un 27 de julio —mi cumpleaños— se disparó, pero no fue hasta dos días más tarde que murió. Sentí mucho dolor por él, se consumió por sus propios demonios mentales y, seguramente, tuvo una muerte larga y agonizante a la edad de 37 años.

Lección # 3: Disfruta la vida mientras todavía la tienes.

La próxima parada fue el Museo Pompidou, un museo de arte moderno y contemporáneo. Allí vi que una silla en una pared es arte, al igual que pinturas, cristales montados en el piso y fotografías, Todo es arte. Todo es contemporáneo. 

Una de las vistas más hermosas que vi de la ciudad de París fue en el Pompidou. La escalera eléctrica que te lleva a la entrada del museo está cubierta por un tunel de cristal y me recordó a las escaleras que se usan para abordar los cruceros en el muelle de San Juan, pero esta daba una hermosa vista a la ciudad y a la plaza que estaba justo en la entrada del museo donde la gente comparte, como si fuera la plaza de cualquier pueblo en Puerto Rico.

La mejor vista de París es la que se ve desde la Catedral de Notre Dame y valió la pena los miles de escalones que tuve que trepar para llegar hasta allá. El camino parecía no terminar, las escaleras en espiral me hicieron pensar en más de una ocasión que mi cabeza daba vueltas. Una vez llegué allá arriba, me di cuenta de que mi cabeza estaba clara: París era una oportunidad que tenía que darme y que estar allí valía más de lo que pagué por el viaje.


Luego de eso fuimos al Museo del Louvre. El Louvre es un lugar para estar por lo menos un día entero, aunque igualmente se pueden pasar allí meses. La Mona Lisa, por sí misma, es algo que te tomará tiempo porque no es solo mirarla sino jugar con ella, caminar para ver si realmente sus ojos te siguen. Si no haces eso frente a la Mona Lisa, es como no haber estado allí. El Código de Hammurabi, la Venus de Milo, las esculturas y hasta los laberintos de la estructura son experiencias necesarias en la vida.

Al caer la noche, luego de tanto caminar, me había lastimado el tendón de Aquiles del pie izquierdo y la batata de la pierna derecha. No sabía ni de cuál lado debía cojear. ¡Pero estaba en París! Y me acogió un sentimiento profundo de asombro mezclado con la sensación de una gran dicha.

domingo, 11 de enero de 2015

Un placer conocerte, París

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Este es el segundo artículo en una serie de 12.

Aterrizamos en el aeropuerto Charles de Gaulle en París a eso de las 10:45 a.m. y tomamos un autobús para conocer la ciudad. Mi primera pisada oficial en el suelo parisino fue cerca de la Torre Eiffel. Tomamos algunas fotos y luego dimos varias vueltas alrededor del Arco del Triunfo.

Luego de registrarnos en el hotel, tomamos un paseo en barco por el río Sena. Desde el barco, veíamos a la gente sentada compartiendo en las riberas del río. En una grabación que nos explicaba lo que veíamos a lo largo del río, escuché una cita del autor Ernest Hemingway: “París es una fiesta”. Eso me inspiró y quise averiguar si era verdad.

Más temprano ese día había visto gente en los parques almorzando sentada en la grama y disfrutando del calor del sol. Me llamó la atención un hombre cincuentón vestido en un traje de tres piezas de color marrón claro, con corbata y una camisa blanca, él estaba acostado sobre la grama disfrutando el calor del sol. Me pregunté por qué él hacía eso y rápidamente me di cuenta de que vengo de una isla tropical donde quien haga eso se quemaría al instante, pero en esta temperatura de 60°F a 70°F, el sol es tu aliado.

Lección # 1: En París hay que pensar de manera diferente.

Ese primer día en París también vimos el puente de los candados, llamado el Puente de las Artes. Allí aprendí que la tradición es sellar el amor con un candado que se deja en el puente y cuya llave se tira al agua. Sin embargo, esa tradición está ocasionando un problema para la ciudad pues los puentes no están diseñados arquitectónicamente para aguantar tanto peso.

Lección # 2: Suelta tus cargas, ¡estás en París!

domingo, 4 de enero de 2015

Fui a París

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Este es el primer artículo en una serie de 12.

París tiene una manera extraña de hacerte sentir anónimo y acogido a la misma vez. Ese fue el pensamiento que me guió durante mi viaje a París. No planifiqué repetirme ese pensamiento, pero surgió espontáneamente una y otra vez mientras caminaba las calles de la ciudad. Me di cuenta de que cada persona tiene una experiencia diferente de París.
Todos saben que no me gusta viajar en avión, por lo tanto, la idea de montarme en dos aviones para llegar hasta allá fue un reto de por sí. Mientras hacía mis maletas, en más de una ocasión me dije: "más vale que valga la pena".
 
 
Mi experiencia con París comenzó con un “casi” ataque de pánico antes de abordar el avión en San Juan. Recuerdo haber mirado a mi alrededor y ver que todo el mundo estaba tan tranquilo que no me atreví a decirle a nadie cómo me sentía. Sencillamente, respiré profundamente y me monté al avión. Para mi sorpresa, aunque el vuelo hacia Newark tuvo mucha turbulencia, yo estaba bien.
Ahora, en Newark fue otra la historia. La aventura comenzó cuando una amiga descubrió que se le perdió el pasaporte y tuvimos que caminar toda la terminal para encontrarlo. Toda esta acción no me dio oportunidad de pensar en el vuelo de ocho horas que me esperaba.
A mitad del vuelo hacia Charles de Gaulle, vi una luz en el horizonte. Era el sol que salía en el otro lado del mundo. Es una vista impresionante. La segunda vista más hermosa que he visto desde un avión. Mi favorita todavía es la que vi al cruzar Los Andes copados de nieve en un vuelo que tomé de Santiago de Chile hacia Buenos Aires, Argentina.