domingo, 4 de enero de 2015

Fui a París

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Este es el primer artículo en una serie de 12.

París tiene una manera extraña de hacerte sentir anónimo y acogido a la misma vez. Ese fue el pensamiento que me guió durante mi viaje a París. No planifiqué repetirme ese pensamiento, pero surgió espontáneamente una y otra vez mientras caminaba las calles de la ciudad. Me di cuenta de que cada persona tiene una experiencia diferente de París.
Todos saben que no me gusta viajar en avión, por lo tanto, la idea de montarme en dos aviones para llegar hasta allá fue un reto de por sí. Mientras hacía mis maletas, en más de una ocasión me dije: "más vale que valga la pena".
 
 
Mi experiencia con París comenzó con un “casi” ataque de pánico antes de abordar el avión en San Juan. Recuerdo haber mirado a mi alrededor y ver que todo el mundo estaba tan tranquilo que no me atreví a decirle a nadie cómo me sentía. Sencillamente, respiré profundamente y me monté al avión. Para mi sorpresa, aunque el vuelo hacia Newark tuvo mucha turbulencia, yo estaba bien.
Ahora, en Newark fue otra la historia. La aventura comenzó cuando una amiga descubrió que se le perdió el pasaporte y tuvimos que caminar toda la terminal para encontrarlo. Toda esta acción no me dio oportunidad de pensar en el vuelo de ocho horas que me esperaba.
A mitad del vuelo hacia Charles de Gaulle, vi una luz en el horizonte. Era el sol que salía en el otro lado del mundo. Es una vista impresionante. La segunda vista más hermosa que he visto desde un avión. Mi favorita todavía es la que vi al cruzar Los Andes copados de nieve en un vuelo que tomé de Santiago de Chile hacia Buenos Aires, Argentina.

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